Y de pronto, amaneces
con aquellas pestañas saludando,
si de mis labios gozáis suspirando.
Mi gorrión anheloso,
blondo cual crepúsculo primaveral,
te aferras a mis brazos
​porque parecéis como un niño soñar.
¡Qué candil hay que quemar!
Y de pronto atardeces.
​¡La gloria eterna, Amor, nos prestes!

Comentarios

Aún no hay comentarios. ¿Por qué no comienzas el debate?

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *