Desde los comienzos de la historia, los filósofos griegos y el relato bíblico de la creación han influido en el génesis de la idea de la evolución, allá por el siglo XIX.
Por un lado, comprendemos el pensamiento griego clásico de Heráclito que rechaza la existencia de algo sobrenatural, y el de Platón, que plantea la existencia de dos mundos: el sensible (de los sentidos) y el inteligible (el real).
Más tarde, el francés Charles Cuvier enunció la Teoría del Catastrofismo, opuesta a las teorías evolucionistas. Esta teoría estableció que el Diluvio Universal fue responsable de la extinción de la mayoría de las especies y del cambió en el relieve terrestre. Este creacionismo fue contrariado por el Uniformismo, en el que el británico Lyell explicaba una serie de fenómenos geológicos cíclicos como por ejemplo: la erosión, los terremotos, las erupciones volcánicas—, que se vienen repitiendo hasta hoy. La base de esta última teoría fue la evolución materialista que no tiene en cuenta actos milagrosos.
Frente a todo esto, recordamos que a comienzos del siglo XVI, Leonardo Da Vinci manifestó la idea de que los fósiles encontrados eran restos de seres vivos, siendo en 1861 cuando se encontró el fósil de Archaeopteryx, un reptil con plumas que sería el eslabón intermedio entre aves y reptiles (dinosaurios). Esta sería la pieza clave que refutaría la Teoría de la Evoluciónde Darwin y pondría en evidencia el Fijismo de Cuvier (las especies se han mantenido inalterables desde la Creación, sin que hayan evolucionado).
Entonces, después de todas estas hipótesis explicadas a lo largo de los años, ¿es el mundo de los hombres una idea o una realidad?