¿Recuerdas la primera vez que probaste el café?
Es curioso. Nuestro sentido del gusto también puede percibir sabores a través del olfato. Al preparar esta bebida se emite un aroma inconfundible. Ese aroma que a muchos de nosotros nos recuerda momentos e incluso sensaciones. Todo esto es posible sin haberlo bebido: nuestro cerebro es prodigioso y aún no lo hemos comprobado.
Creo recordar que no me gustaba el café; pero hubo un momento en que comencé a socializarme más, a conocer el mundo y las relaciones personales. Fue en uno de esos momentos en que necesitaba hablar y liberar todos mis pensamientos, y alguien me dijo: «Tú lo que necesitas es tomarte un café, si no estás acostumbrada, pídelo con leche». Me parecía un trago amargo, un sin sentido, habiendo otras bebidas dulces y apetitosas.
Por aquel entonces, no conocía lo que realmente era hacerse mayor y tener responsabilidades.
Luego pienso, ¿por qué lo sigo consumiendo? Bien, es bastante contradictorio, pero como la vida misma, uno se adapta a los problemas, y al ritmo de la cafeína. Cuando conoces tanto una situación, un sabor o un aroma, acabas acostumbrándote. Se vuelve tan habitual que crees no poder vivir sin él.
Hay cosas que debemos hacer aunque no nos terminen de gustar; pero hay que recordar aquello que nos apasiona, y lo desconocido que nos asusta. No dejemos que la inercia decida por nosotros. El destino está en nuestras manos.
Entonces me apliqué el consejo. Ahora me encanta el té.
¡Hasta pronto!