Y al fin te sumergiste en la bruma de la noche.
Desapareciste tras los versos rotos que me dedicaste por última vez, esos que sólo mi llanto entendió. Nada pude hacer para impedirte volver a la oscuridad, cuando tus palabras me susurraron:  «No quiero volver al túnel» —y mis ojos sollozaban temblorosos—, «ni a recorrer el sendero de un final incierto»—. Entonces me cantabas:

Quiero volar entre jilgueros,
y fabricar nidos en tu regazo.
Quiero un poder que ansío
encontrar en tus abrazos.
Quiero esconder del alba
el secreto de nuestros corazones.

   Sin embargo, el miedo fabricaba ese puente colgante que nos mecía y nos separaba. Así esperé inquieta lo desconocido y acompañé los versos de tu canción:

Quiero embelesarme con tu aroma
mientras seamos testigos de la Luna.
Quiero que el viento nos envuelva
para ser una única cosa.
Quiero bajar a los fuegos
y traerte de vuelta.
Quiero,  pero no lo es todo,
que vuelvas a la vera de mi corazón.

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